Como no están sujetas a las tendencias de temporada, que se expresan en millones y millones de unidades de ropa en serie, las prendas slow fashion se sienten como propias, pues no son parte de la uniformidad que promueve la producción y consumo masivos. Y como están hechas para durar -ojalá toda la vida- las telas utilizadas y los procesos de elaboración son de mejor calidad. Y, lo más importante, la ralentización del consumo incide directamente en una reducción de residuos, antes, durante y después de la fabricación de las prendas.
Otro punto relevante del slow fashion es que abre espacio a empresas locales para participar en este mercado, pues no requiere grandes líneas industriales para producir millones y millones de prendas en serie. Al contrario, requiere trabajador@s que produzcan en menor cantidad y con diseños variados. Por tanto, esta tendencia también aporta a la diversificación de la industria textil, actualmente concentrada en grandes conglomerados que producen masivamente en países donde la mano de obra es más barata y precarizada.
La ropa slow fashion está hecha para durar, incluso si no es en manos del mismo dueño o dueña. Las prendas están diseñadas y confeccionadas para poder repararse y para ajustarse a cambios en el cuerpo de las personas. Y como son durables, también pueden ser parte del mercado del vestuario de segunda mano o pueden ser reutilizadas en la confección de nuevas prendas o de productos para usos distintos del vestuario.

El slow fashion ha sido adoptado por marcas como Patagonia, cuya publicidad llama a los clientes a comprar sólo la ropa que necesite y se ha empeñado en vender prendas que duren toda la vida, ofreciendo, incluso, servicios de reparación de las prendas.
Como ves, a diferencia del fast fashion, centrada en el concepto “usar y botar”, lo que se traduce en altos grados de contaminación, trabajo precario y centralización del mercado textil, el slow fashion reduce el impacto ambiental, promueve el uso de fibras de mejor calidad y menos contaminantes, abre espacio a las empresas locales, da un nuevo impulso a actividades que ya estaban olvidadas, como la reparación de ropa y abre camino a nuevos mercados, como el de la ropa de segunda mano y la confección de productos con prendas que han terminado su vida útil en el ámbito del vestuario.